¿Nunca le sucedió seleccionar una receta
que luego le causa decepción?
¿Había imaginado algo diferente y la sorprendió
el resultado?
¡La culpa la tienen los nombres y
ciertos apellidos ilustres!
A uno lo tientan con una “blanquette de veau”…
Y se encuentra con el guisote de
siempre, de carne y verduras, ¡al que se han olvidado de ponerle tomates…!
Uno ordena un postre “flamri”…
¡Y se acuerda de toda su infancia al
descubrir que es el insoportable budín de sémola!
Tal vez nuestro idioma no sea lo
suficientemente rico como para bautizar o traducir lo intraducible con
onomatopeyas o nombres claramente enunciativos. Pero que los hay…
¡Los hay!
¿Pronunció alguna vez la palabra
“hojaldre” sin que la boca se le deshiciera en “mil hojas”…?
¿Imaginó una “mousse” de cualquier cosa
sin que la boca se le pusiera pastosa? ¿Qué se le ocurriría imaginar si yo
ahora le propongo hacer unos “puff” de nueces?
¡Justo!
Unos bocaditos que apenas los muerda…
¡Puff! Se desharán en un segundo…
¿No me cree?
Mezcle 2 tazas de harina con 2
cucharadas de azúcar, 100 gramos de manteca blanda y 100 gramos de nueces
trituradas.
Moldee la mezcla en bolitas y cocínelas
en el horno caliente hasta que estén hinchaditas, sequitas apenas doraditas.
Retire la placa del horno, ahóguelas en
una lluvia de azúcar impalpable y déjelas enfriar en la placa.
Recién entonces despéguelas
cuidadosamente y pruébelas…
¿Vio que no le mentí?
A probar los puff se ha dicho.
¡Vivan los puff!
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