Agregaría en el colegio secundario, como materia práctica
obligatoria: ¡cocina! Pero no para fabricar chefs, eh, sino simplemente clases
de cocina de todos los días para enseñar a comprar y manipular distintos
ingredientes y aprender a preparar los platos básicos que nos gustan a los
argentinos: milanesas, hamburguesas, pizzas, huevos fritos, churrasco a punto…
¿Qué dice? ¿Que las escuelas deberían tener un laboratorio especial de cocina?
¡Paparruchadas! ¿Quién piensa en “cocina gourmet”? Lo que enseñaríamos es
“cocina de verdad”. Entusiasmo, una cocinita que funcione, buenas recetas y
unos utensilios básicos serían los instrumentos necesarios para sacarnos las
ganas de aprender. Y, por supuesto, un buen profesor o profesora con recetas
fáciles e infalibles que despierten el interés de todos. ¡Claro que los chicos
se entusiasmarían! Porque la cocina tiene mucho de magia. La olla, la sartén o
el horno ofician de galera del mago y es asombroso como los ingredientes que se
le confían en base a una buena receta se convierten en un manjar inesperado.
Por supuesto… el mago o la maga tienen que ser de primer nivel para que los
trucos salgan a la perfección… Y a la vez deben ser fáciles, para que los
alumnos puedan realizarlos con éxito. ¿Un ejemplo? Mezcle 1 taza de leche
condensada con 3 tazas de avena arrollada gruesa, 1 taza de nueces peladas y
picadas más 100 gramos de pasas de uva sin semilla. Distribuya la pasta en
montoncitos espaciados entre sí, sobre placas enmantecadas y enharinadas. Y cocínelas
en horno bien caliente hasta que los bordecitos de cada masita se doren. Retire
la placa del horno y deje enfriar allí las masitas. Recién entonces despéguelas
cuidadosamente con espátula y ¡glup! Aunque si tiene ganas de trabajar más…
¿qué tal si le pintamos la base con chocolate cobertura? ¿Le gusta la idea? Diría
Campoamor: “Con tal que yo lo crea… ¿qué
importa que lo cierto no lo sea?”.
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