Cualquier heladería de
barrio suele tener más títulos que especialista de moda. Pero… ¿conoce usted
alguien que ofrezca “HELADO DE PALTA”? Siempre es apasionante inventar algo (“Para qué sirve un niño recién nacido?
Pero podrá llegar a ser un hombre…”) Y más apasionante, aún, cuando el
invento es tan simple que nos deja tiempo para otras cosas que nos ayudan a
entender mejor la vida: “Siempre regreso
tiempo / enhebrando sueños / por el ojo interminable de la vida. / Hoy te
contemplo, amor, / y te doy gracias / por ayudarme a derrumbar mis años viejos;
/ por nuestros hijos; / por mil noches maduradas a tu lado; / por esperar el
alba aun despiertos; / por buscar la flor en la mañana / y dejar entre sus pétalos
un beso.” (“Tiempo azul” de Antonio Parial). ¿Volvemos a la cocina? Pele
una palta, pase la pulpa por un tamiz y mézclele 4 cucharadas de azúcar, unas
gotas de esencia de almendras, 1 pote de crema de leche batida espesa.
Distribuya la crema en copas altas, adórneles el borde con copitos de
chantilly, decóreles el centro con mitades de nueces y póngalas en el
congelador hasta el momento de servirlas. Y mientras todos polemizan y luchan
para adivinar cómo está hecho ese helado que parece de pistacho, usted alégrese
de saberse dos centímetros por arriba de cualquier receta de cocina: “El no saber supo hacer a Dios” (A.
Porchia)
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