Siempre en nuestras recetas preferidas
cargamos un poco de nostalgia. Y, a veces, de sabiduría. Cuando era chica me
encantaba comer “pancitos de salud” – esos que tienen la coronita de
crema pastelera – pero al hacerlo desplegaba – sin querer – una filosofía
especial. Primero, me comía la miga y dejaba para el final lo que más me
gustaba: ¡la coronita dulce salpicada de azúcar! Así me parecía que “el
sabor a cosa rica” duraba más. Hoy, a años luz de mi infancia, me pregunto:
¿no estará ahí el secreto para saborear mejor la vida?
1)
Disuelva 50 gramos de levadura prensada en ¼ de taza de agua tibia, junto con
un poquitito de azúcar. Espere a que se convierta en espuma.
2) Mezcle
la levadura fermentada con ¾ de taza de azúcar, ralladura de 1 limón, 3 ó 4
gotas de agua de azahar, 3 huevos, 70 gramos de manteca blanda y ¼ de taza de
leche tibia.
3) Bata
todo con la mano abierta (¡qué asquete!) mientras incorpora harina hasta
obtener un bollo que se desprenda fácilmente de las paredes y fondo del bol.
4) Vuelque
la masa sobre la mesa y amásela enérgicamente agregándole un poco más de harina
hasta obtenerla lisa, elástica y tierna. Póngala en un bol, píntele la
superficie con manteca derretida, tápela, deje en sitio tibio y espere a que
duplique su volumen.
5) Moldee
la masa en pequeños bollitos y colóquelos, espaciados, sobre placas
enmantecadas y enharinadas. Tápelos y deje en sitio tibio hasta que estén bien
hinchaditos.
6)
Pínteles la superficie – suavemente – con huevo batido. Deje orear.
7) Haga a
cada bollito – en la frente – una coronita de crema pastelera bien espesa.
Salpique con azúcar partida y cocínelos en horno caliente.
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