Confieso que no
sé nada de política. (“El arte de la política,
en las democracias, consiste en hacer creer al pueblo que es él quien gobierna”.
LATZARUS) Pero mientras todos los cerebros de las altas esferas económicas luchan
denodadamente para saldar la deuda externa del país… ¿quién nos ayuda a
nosotras, las dueñas de casa, a resolver nuestra política interna? Ignoro a qué
precio estarían los huevos o el kilo de azúcar en la época de Cervantes, pero
por algo lo dijo: “Suele acontecer que
en los grandes peligros, la poca esperanza de vencerlos saca del ánimo
desesperadas fuerzas”. Algo parecido me pasó a mí cuando averigüé el precio
de las galletitas llamadas “tostadas”.
¡Las más proletarias entre las
proletarias! Entonces, en lugar de comprar el ½ kilo habitual, opté por pedir 1
cucharada de levadura de cerveza y volví a casa tratando de aglutinar todo mi
inglés básico para poder traducir la legendaria receta de los “zwieback”.
Por supuesto que hubiera preferido
tenderme en una chaise-longue y tomar mi tecito con galletitas compradas (“Que del placer que se gozó sin tasa/nadie
se ha dado cuenta hasta que pasa”. ESPRONCEDA). Pero… ¡los pesos ley son
los pesos ley! Y así me puse a trabajar para usted: disuelva 1 cucharada de
levadura de cerveza en ½ taza de leche tibia. Entonces ponga sobre la mesa más
o menos 125 gramos de harina, hágale un hoyo en el centro, coloque en él 100
gramos de azúcar y 60 gramos de manteca. Luego arremánguese, vierta la levadura
disuelta en el centro y una todo con la mano, amasando bien hasta obtener un
bollo elástico que no y que no y que no. (“Sabiduría
no es solo ver aquello que esté ante nuestros pies (léase manos) sino intuir las cosas lejanas en el
espacio y en el tiempo”. TERENCIO) En cuanto la masa esté lisita, y no se
pegue ni a las manos ni al bol (agréguele mas harina si fuese necesario) tápela
y déjela levar. Recién entonces déle forma de salchichón, colóquelo sobre una
placa enmantecada y enharinada y vuelva a dejarlo crecer. Paso final: píntelo suavemente
con leche y cocine en horno moderado hasta que esté cocido y parezca lo más
espantoso que le haya explicado hasta hoy. Seque pudorosamente sus lágrimas y
esconda el monstruo horneado para que nadie pueda abochornarla prematuramente.
Al día siguiente córtelo en rodajas de ½ cm de espesor, tal cual fueran
tostadas. Acomódelas sobre una placa limpia y, a calor suavecito (si su horno
es muy fuerte, póngalo al mínimo con la puerta abierta) y séquelas hasta que,
al morderlas, hagan ¡crack! ¿Sabe que habrá descubierto una receta realmente bárbara?
Eso sí: si de esto se entera Coco, su panadero, mejor que pase por la vereda de
enfrente: “El respeto es mayor desde
lejos”. (TÁCITO)
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