La alta cocina siempre echa mano a
recursos exquisitos para deslumbrar a los comensales. Por ejemplo: prenderle
fuego a un plato. Pero casi siempre esos platos están ubicados en una galaxia
muy distante a la de nuestras posibilidades: cerezas flambées, faisán al coñac,
crepes Suzette… ¿Y si hacemos lo mismo con un budincito de tres por cinco? “Dadme un punto de apoyo y moveré la Tierra
y el Cielo” (ARQUÍMEDES). Aquí está: bata 8 yemas con 200 gramos de azúcar
hasta que estén bien pero bien espumosas. Entonces agrégueles 6 cucharadas de
ron (o lo que encuentre en el bar) y después mézcleles 4 claras batidas a
nieve. Una todo suavemente, vuelque en budinera acaramelada y cocine a
bañomaría hasta que esté firme, como un flan. Durante la cocción pueden ocurrir
movimientos políticos: mientras dura el calor, una subida a primer plano. Y cuando
todo está cocinado y frío, un descenso a nivel desconcertante. Pero no se
aflija porque – al revés de la política – en la cocina todo fracaso aparente
tiene su apoyatura eficaz. Deje enfriar el budín y recién entonces desmóldelo.
¿Vio cómo, en el fondo, se le formó una especie de tocino del cielo? Ahora
espolvoréelo generosamente con azúcar, rocíelo con ron (o el licor seco
elegido) y en el momento de llevarlo a la mesa, préndale fuego y salséelo. Eso sí:
le paso el secreto para que el incendio no falle: un buen chorro de alcohol
fino. ¡Bárbaro! ¿Que si queda rico? “A
este postre o lo comemos todos o no lo salva ninguno” (?)
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