Tiene ese gustito a ajo inconfundible y sabroso; y un color amarillito que sólo puede dárselo un buen azafrán.
1) Corte un pollo en presas y quíteles la piel.
2) Sazónelas con sal y pimienta y rebócelas por harina.
3) Dórelas en 4 cucharadas de aceite. ESCURRA LAS PRESAS PERO NO LAVE LA SARTÉN.
4) Tire el aceite de la sartén y en su lugar ponga 50 gramos de manteca.
5) Rehogue en ella una cebolla grande hervida y masacrada (o licuada… ¡bah!) mientras raspa el fondo de cocción con una cuchara.
6) Incorpore en la cacerola ½ taza de vino blanco, 1 cubito de caldo de verduras, 1 taza de agua, una capsula de azafrán y 2 cucharadas de un picadillo hecho con perejil y bastante ajo.
7) Apenas la salsa rompa el hervor agregue las presas de pollo y deje hervir despacito, destapado, hasta que la carne esté tierna.
8) Termine la salsa con un chorro de crema de leche y sirva con papas fritas bien crocantes. ¡Olé!
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