No quiero que me suceda como el año pasado y me quede
en el tintero la receta de esa masa hecha a base de miel y azúcar negra, para
preparar las clásicas galletitas navideñas, recortadas en forma festiva. Y buscando
y ensayando formulas me encontré con ésta, casi idéntica a esas legendarias galletitas rectangulares, oscuras y crocantes, que mi abuela solía hundir todas
las tardes en un enorme vaso de leche helada. ¿Quién dijo que los recuerdos sólo
existen en la imaginación de cada uno? Ponga a derretir, a fuego suave, 200
gramos de manteca, 1 ¼ taza de miel y ¾ de taza de azúcar negra. Y cuando todo
esté fundido, retire y deje enfriar. Mientras tanto, tamice en un bol todo lo
que sigue: 4 tazas de harina, un poco de sal, 1 cucharadita de bicarbonato de
soda, 2 cucharadas de jengibre, 1 cucharadita de canela y 1 cucharadita de
clavo de olor molido. ¿Listo? Entonces mezcle estos ingredientes secos con los húmedos
y amase con las manos hasta obtener un bollo liso y bien oscuro (agregue más
harina si fuese necesario). ¿Se dio cuenta que esta mezcla no lleva nada de
huevo? (“La reflexión es una enfermedad
que padecen algunos individuos y acabaría con la especie humana si se propagase”.
ANATOLE FRANCE). Ahora envuelva la masa en papel aluminio o impermeable o cosa
parecida y olvídese de ella en la heladera hasta que se enfríe. (Dicen los que
saben que así envuelta puede olvidarse de ella hasta dos semanas…). El final
casi ni vale la pena contarlo, como sucede con cualquier telenovela que se
precie de tal: estire la masa de a poco, dejándola fina, córtela en forma de
estrellas, letras, animalitos o lo que quiera y cocínelas sobre placas enmantecadas,
en horno precalentado, hasta que estén sequitas pero no doradas. Luego retírelas
cuidadosamente para que no se rompan y, antes de guardarlas, déjelas enfriar
bien para que tomen consistencia crocante. Si quiere, decore cada una con glasé
real y todo lo que en ese momento se le ocurra. Y si no, guardarlas hasta
Navidad. Eso sí: ni se le ocurra probarlas, apréndase de memoria esta frase de
Wilde: “El remedio para librarse de una tentación:
sucumbir a ella. Si resistís, vuestra alma enfermará de deseo”. ¡Glup!
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