domingo, 18 de mayo de 2014

Contigo pan… ¡y conejo!






Piense, por un momento, que usted odia a los conejos pero ama a un pisciano con alma de gourmet. ¿Sabía que la carne de conejo es tan delicada y tierna como la de pollo? Ya sé que “Hay un límite donde la tolerancia deja de ser virtud”. Pero bien dijo otro amigo mío que: “El amor es el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos”… ¿Imaginamos por un momento que esta especie de liebre anémica es un doble pechuga y que su egoísmo raya en la generosidad cuando acepta probar, con tal de poder compartirlo todo? “Románticos somos… ¿Quién no es romántico? / Aquel que no sienta amor ni dolor, / aquel que no sepa de beso y de cantico, / que se ahorque de un pino; será lo mejor”… (¿RUBÉN DARÍO o un conejo suicida?). Busque el mejor Carlos que tenga a mano y, mientras el delicadamente le prepara un San Martin seco, usted déle con todo a un tierno par de conejitos, dividiéndolos en presas según le dicte la imaginación: dos patitas con muslos, dos patitas con paletas, dos trozos de costillitas con vacío… ¡y las pechugas para mí! (léase: lomos. Vale decir, la carne que se aburrió de estar sometida y se acomodó a lo largo del espinazo). Ahora ponga aceite en una cacerola grande como para cubrir el fondo, y dore en el las presas por todos lados. Luego, si usted es un fanático de los colesteroles, tire el aceite por la ventana. Si es fanático pero ahorrativo, tire sólo la mitad, y en la misma cacerola, SIN LAVARLA, pues el fondo de cocción es el duende oculto de todas las salsas, eche una cebolla grande, picada. Y revuelva y revuelva como si la cebolla fuera polvo limpiador, hasta que el fondo de la cacerola quede sin un solo pegote. Entonces agréguele 2 latas de tomates al natural, picados, sal y pimienta a gusto, un trocito de laurel, un qué se yo de orégano, un cubito de caldo concentrado, un así nomás de agua… ¡y basta! Eche dentro las presas doradas, tape e intente por centésima vez jugar al bridge, hasta que el conejito, a fuego despacio, se ponga tierno; y la salsa, espesita. ¿Cuatro piques dijo? ¡Seis diamantes y doblo! ¿Probó alguna vez un conejo más rico? (Frase no célebre repetida por todas las cocineras novatas).


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