Hoy le propongo practicar el culto de la “filotesia”. No, no es ningún ritual esotérico. Los griegos llamaban así: “filotesia” (es decir: amistad y salud) a la costumbre de saludarse en la mesa por medio de las libaciones.
Según refiere Homero, el primero en llenarse la copa de vino era el dueño de casa (¡cuándo no!), pero no era para catarlo y decirle al mozo si estaba bien o mal, sino para derramar un poco en el piso y sacrificarlo a los dioses o a la amistad.
De aquí en más, el anfitrión se llevaba la copa a los labios y bebía a la salud del invitado que quisiera distinguir, deseándole toda clase de felicidades. Entonces éste tomaba la copa y bebía.
Luego ofrecía la copa a otro amigo, y a otro, y a otro… Porque salir de un banquete sin haber sido obligado a beber y brindar por alguno de los asistentes, era tomado como una afrenta. Todos bebían de la misma copa y, a veces, lo hacían cantando “canciones oblicuas”, que se llamaban así no porque fueran de intención torcida sino porque, quien bebía, en lugar de pasar la copa al vecino inmediato, lo hacía a otro más distante.
Por lo que cuentan los historiadores, el vino debía ser muy barato en Grecia. Yo le sugiero para hoy otro rito: descorche un buen vino, compártalo con familiares o amigos y acompáñelo con unos bizcochitos deliciosos de queso, los chester cakes.
Chester cakes
1. En un bol, mezcle 100 gramos de manteca junto con 100 gramos de queso rallado y otros 100 gramos de harina. Súmele a todo un poco de pimienta.
2. Luego, amase todo con las manos (sin ningún agregado de nada) hasta que el calor de las mismas funda todo en lo que conocemos como… ¡un verdadero mazacote!
3. Después, tome ese mazacote y estire la masa dejándola apenas de 1/2 centímetro de espesor.
4. Cuando la tenga en esa medida, corte en discos chiquitos, colóquelos en placas “limpias” y cocine en horno caliente hasta que estén que tengan un aspecto de apenas rubios y sequitos (advertencia: las preparaciones que llevan mucho queso no deben dorarse pues toman sabor amargo).