La historia se remonta a la Edad Media,
al siglo VIII para ser más precisa, época en la cual los ñoquis eran una de las
comidas habituales de algunos humildes campesinos italianos (aunque suponemos
que no estaban hechos de papa; no las conocían: las trajo recién Colón).
Un 29 de diciembre golpeó la puerta de
uno de esos campesinos San Pantaleón, santo y médico, que peregrinaba por
Italia difundiendo la doctrina cristiana.
La gente, conmovida, lo hizo pasar y lo
convidó con lo único que tenían: un puñado de gnocchi.
El huésped les agradeció y les auguró
prosperidad. Una vez que el santo se fue, la familia encontró debajo de cada
plato unas monedas de oro y posteriormente se cumplió la profecía y fueron
mucho más prósperos.
Desde entonces se repite todos los meses
la tradición de comer ñoquis recordando el milagro producido y poniendo debajo
del plato dinero para simbolizar el deseo de prosperidad y bendición.
No sabemos si la leyenda es fidedigna (así
sucede con todas las leyendas de toda la historia).
Pero si sabemos compartir la mesa con
quien se acerque.
Quien sabe, alguna vez nos visitará
alguien santo porque, al decir de Pedro Miguel Obligado: “No vemos a los ángeles;
pero en las avenidas/oscuras de la angustia, se acercan y nos llaman./¡Se
parecen a ellos las personas queridas,/y no son sino ángeles los seres que nos
aman!”
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