Ahora que los pollos vuelan alto y nuestro monedero anda planeando es cuando valoramos realmente aquellas recetas simples, demasiado simples quizá, pero realmente sabrosas. Usted compre el pollo… y yo me encargo del resto de los ingredientes: un poco de manteca, una cebolla, caldo de verduras, jugo de limón, perejil y orégano…
1) Compre un pollo venido a más, córtelo en presas, lávelas y séquelas (¡si no quiere que al freírlas exploten y le hagan pupa!).
2) Sazónelas con sal y bastante pimienta negra.
3) Dórelas de ambos lados en apenitas de aceite. Escúrralas y, por supuesto… ¡tire el aceite de la fritura (lleno de grasa de pollo) pero no lave la cacerola!
4) Coloque en la cacerola “sucia” 100 gramos de manteca, 1 cebolla rallada, 1 taza de caldo de verduras y el jugo de 3 limones (¡sin semilla, para que no le salga un pollo amargado!). Raspe con una cuchara el fondo de la cacerola así afloja todo el pegote de la fritura y se le forma una salsita oscura.
5) Cuando la salsa rompa el hervor, agregue las presas de pollo y cocínelas con la cacerola tapada, hasta que estén tiernas. Vuelva a escurrirlas y métalas en una fuente, en el horno, así la piel se vuelve crocante.
6) Agregue a la salsa 1 cucharada de perejil picado y 1 cucharadita de orégano. Deje hervir hasta que la salsa se reduzca un poco. Pruébela y sazone a su gusto. ¡Claro que parece un asquete! Siga leyendo la receta.
7) Ligue la salsa con 1 cucharadita generosa de fécula de maíz disuelta en un poco de agua fría. Revuelva hasta que hierva y espese. Y, ¡al fin!, vuelque sobre las presas.
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