Por mi parte, reconozco que en este rubro de los
dulces nuestra industria nacional merece 10 puntos. Pero a veces uno siente
nostalgias de la niñez, de la época en que toda la casa olía a dulce de leche
(y yo me portaba bien para que mamá me dejara la “raspa” de una cacerola enorme…).
La fórmula de mamá era infalible: un kilo de azúcar por cada 4 litros de leche,
más una chaucha de vainilla y un poquito de bicarbonato para darle color, todo
hervido sobre fuego de brasas hasta que tuviera aspecto de dulce de leche
liviano, pues al enfriar se espesaba. Pero luego descubrí que cada familia
tiene su estilo de hacer las cosas.
Dulce de leche salteño (si
le gusta, cuadruplique las cantidades).
Hierva un litro de leche con una taza de azúcar y ½ cucharadita
de bicarbonato de soda hasta que tome color y espese como un almíbar a punto de
hilo fuerte.
Hierva porotos tipo pallares (remojados desde el día
anterior) y cuando estén bien blanditos, tamícelos y mida ½ taza.
Mezcle
este puré de porotos con una cucharada de maicena y ½ taza de leche.
Vierta
esta mezcla tamizada sobre el dulce de leche hirviente.
A
partir de aquí, revuelva constantemente con una cuchara de madera hasta que el
dulce espese y, al revolver, se vea claramente el fondo de la cacerola.
Apoye
la cacerola sobre agua fría y revuelva hasta que se enfríe. Perfume con esencia
de vainilla.
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