Tengo una amiga llamada Juanita que vive en la
Patagonia y que es simpatiquísima y que
lee Clarín (todas las secciones) y que, además de tener hijos buenísimos tiene
una abuelita “petisa y gorda que cocina como los dioses” y un marido hijo de
españoles que no se pierde ni un plato de los que le prepara su abuelita
polaca.
Y por si esto fuera poco, Juanita es generosa. Y
“por nada” (“La amistad es un comercio
desinteresado entre iguales” Goldsmith). Si el pollo que usted piensa hacer
“a la cazadora” leyera estas líneas, seguro que le pediría como última voluntad
que: simplemente lo ase y lo sirva con la “salsa de remolachas” que aquí le
cuento: Lave y hierva como de costumbre, con cáscara, 1 kilo de remolachas.
Luego pélelas y rállelas con el rallador de verduras. Entonces fría en una
sartén (sin quemar) cubitos de panceta ahumada y, cuando estén a punto,
agrégueles la remolacha rallada, 1 cucharada de azúcar, un poco de agua
caliente, sal y un chorro de vinagre. Ahora cocine todo a fuego lento unos 15
minutos, y en el momento de servirla, agréguele 1 cucharada de manteca y
revuelva bien para que todo se ponga brillante. ¡Gracias, abuela Aniela! Y
ojalá que Juanita, cuando vaya a Patagonia esta primavera, vuelva no solamente
llena de recuerdos y ternuras y nostalgias… sino también con un montón de
recetas así de grande para que todas nuestras lectoras amigas puedan
saborearlas. “No pido riquezas, ni
esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo
sobre mí y el camino a mis pies”. (Stevenson)
¡Buen viaje, Juanita!
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