Para mi “saber cocinar” significa
conocer al dedillo aquellas recetas básicas que a menudo asoman la nariz en
montones de fórmulas y que, si no las conocemos, no podemos avanzar.
Por ejemplo, si quiere hacer un lomo a
la Wellington, ¡no va a tener más remedio que aprender a hacer masa de
hojaldre! ¡Qué trabajo!
Y si se le ocurre hacer sorrentinos para
agasajar el domingo a su familia… ¡tendrá que aprender a hacer el pegote de la
masa bomba!
¡No tenga miedo y anímese a hacer
merengue!
No ponga esa cara.
Nada es difícil en cocina si se cuenta
con una receta que le explique, “con ademanes”, todos los secretos escondidos
de la elaboración.
Si nunca hizo merengue o le salieron
mal, prepárese para alejar todos los miedos del aprendizaje.
¡No más fantasmas que le conviertan los
merengues en chicles!
Juntas destruiremos prejuicios y
descubriremos el mejor modo de hacer las cosas muy bien y saber aplicarlas para
enriquecer indefinidamente el recetario que quiera.
¿Qué a pesar de todo, a veces las cosas
no nos salen como queremos?
No importa, sigamos adelante.
Ensayo, error y rectificación.
Vuelta a empezar…
Y así…
Si papá viviera recitaría, como lo hacía
cotidianamente, el soneto de Almafuerte que dice:
“No te des por vencido ni aun vencido,/
No te sientas esclavo, ni aun esclavo, / trémulo de pavor, piénsate bravo,/ Y
acomete feroz, ya malherido.
¿Sabe cuál es el título del soneto? Piu
avanti. Avancemos entonces, siempre, contra viento y marea.
“El
que no se equivoca nunca, es el que nunca hace nada” (W.C. Magee).
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