Esa masa tan sutil, que hay que plegar
muchas veces para obtener un delicioso hojaldre, ya era practicada por los
griegos. Los árabes, cuando no, también la conocían, sólo que usaban aceite en
lugar de manteca en su preparación. Fueron los caballeros de las Cruzadas
quienes acopiaron desde Oriente las técnicas básicas de la masa y las
introdujeron en Francia y Austria. Según cuentan algunas crónicas, el pintor Claude
Gellée fue el creador del hojaldre, mientras trabajaba como aprendiz de
pastelero. Sin embargo, no es el único en llevarse los laureles. Al parecer un
tal Feuillet, repostero del príncipe de Condé, experimentó con los repliegues
del hojaldre, al punto que en idioma galo esta masa se conoce como feuilleté. Perfeccionada
recién en el siglo XVII, hay diferencias en su composición según provenga de
cuna francesa o austríaca. En el primer caso incluye manteca, margarina o
grasas animales y en el segundo, levadura, procedimiento muy común en las
facturas llamadas vienesas o alemanas. Distinto, pero con cierto parentesco, el
Strudel también habría ingresado a Europa allá por 1690. Su origen no sería alemán
ni tirolés, sino árabe y más precisamente turco. Se podría decir que el baclava
se gestó como padre del Strudel a partir de la guerra que el Gran Sultán
mantuvo con los húngaros a los que derrotó en 1526 en el sitio de Viena. Influencias
van, masas vienen, los húngaros absorbieron la religión del Islam, la cultura
turca y los hábitos alimenticios. La revancha del pueblo conquistado consistió
en agregarle manzana. Hoy el Strudel se hace en todo el mundo, enriquecido con
nueces, pasas, piñones, licores y canela…
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