Hace mucho que no hacemos “alfajores”. El otro día, escuchando a Rubén Corbacho, me acordé de que eran su debilidad. Y que alguna vez le dediqué uno que ahora merece la pena de un “bis”. ¿Quién fue el OVIDIO que dijo: “El hecho pasó, sólo quedan los recuerdos”…? ¡Rápido! Ponga en un bol 5 yemas, bátalas, agrégueles ½ copita de gin o cognac, o grapa o el aguardiente que pueda, más 2 cucharadas de crema de leche (¡nada de azúcar!). Y únale, de a poco, harina común, amasando hasta obtener un bollo liso y tierno. Haga con el un rollo gordo y divida en porciones iguales. Estire luego las porciones en forma circular, dejándolas bien “finitas” (¡Ufa con criticarme porque tendría que decir: “delgadas”!); ahora recorte cada hoja de masa con un plato playo (tamaño crisis actual), pínchelas para que no se inflen y cocínelas de a una por vez (o de a dos, si su horno lo admite) hasta que estén doradas y crocantes. Una vez bien fríos los discos (ojo… que son muy frágiles), superpóngalos con dulce de leche espeso y bañe el alfajor gigante en forma irregular con el azucarado mas simple: azúcar impalpable tamizada (2 tazas) más apenitas de agua caliente: sólo la necesaria como para obtener un baño blanco que corra por sí solo.
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